Fernando Salinas

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Detrás de la mirada : Loreto Villarreal

No me es sencillo estar sentado en una oficina. Normalmente me muevo mucho por mi tienda. Mientras hablo por teléfono camino constantemente, aunque sea en círculos alrededor de la mesa. Además, me gusta ver gente. Como estoy en un centro comercial, siempre hay personas que pasan: jóvenes, niños, señoras. ¿A dónde van? ¿de dónde vienen? ¿Quiénes son? ¿Qué los ilusiona? ¿Qué los preocupa y quién los espera?

A Loreto la he visto tantas veces. Su estudio está justo frente a mi tienda. Constantemente lo uso de referencia: Estamos frente a Loreto Villarreal. Listo. Ubicados. Nos saludamos desde hace años y desde hace años he visto de lejos imágenes de su vida.

Recuerdo haber visto dos gemelos de unos tres años montados en carritos acompañando a su mamá a trabajar; a un par de amigas platicando y riéndose de quién sabe qué; a un arquitecto y su clienta discutiendo el diseño de su nuevo local; a una pareja platicando de sus planes; a una profesional embarazada llegando a una cita; a una fotógrafa probando una nueva cámara en los pasillos; a una bebé recién nacida y sus hermanos acompañando a su mamá a su estudio de fotografía.

Desde que empecé a escribir esta serie de perfiles, Loreto está en la lista. El reto es que se trata de la primera persona de la serie con la que no he tenido una relación cercana de mucho tiempo. Llegó el momento de decidir y justo mi esposa sugirió “ya le toca a una mujer”. Entonces me quedó claro. Era el momento perfecto. Se lo propuse tras una sesión de navidad con la familia. Aceptó de inmediato.

Por fin nos sentamos a platicar. Nos juntamos en su estudio. Aroma fresco y música. Es un lugar luminoso, limpio y moderno. Muchas sonrisas. “Pásale, Fer”. “¿Qué quieres tomar?”

Siempre me llamó la atención verla llegar con sus hijos, un par de gemelos sonrientes, inquietos y felices. Ella mezcla de manera muy natural lo que muchos vemos como extremos. Sus hijos participan de su vida profesional; su trabajo es parte de la vida de sus niños. Vivimos entre contrastes y no cualquiera sabe manejarlos. Blanco y negro. Pocos como Loreto para combinar el blanco y el negro. Ella sabe manejarlos para crear belleza, naturalidad y armonía.

“Desde un principio tenía súper claro que me gustaba mi obra en blanco y negro”, me dijo. El blanco y negro es común en su ropa, en su estudio y hasta en sus redes sociales. Sobretodo es la constante en sus trabajo: en sus retratos, foto editorial y, claro, en sus series. A través de sus ojos el mundo pierde saturación y gana profundidad. “Para mí la foto, cuando ya la tengo es cuando ya conecté con el alma de esa persona”. Ella va al fondo, a lo que hay detrás de los ojos. Ahí, en la mirada, busca lo que la luz sola no sabe reflejar y lo atrapa. El resultado es una imagen que comunica; que transmite; que nos exige atención. No hay duda, para transmitir tanta humanidad en blanco y negro se necesita una sensibilidad rica; un alma de colores.

Al final, Loreto creció rodeada de color. “debuté de escaramuza a los 4 años”, me contó sonriendo. Hija de charro y parte de una pandilla de “doce primos de parte de mi mamá que son como mis hermanos”. Recordó sus fines de semana de familia y rancho. Era una niña libre, competitiva y llena de energía. “Paseábamos; nos cruzábamos con víboras; cambiábamos las vías del tren; atrapábamos chapulines, les cortábamos las patas y se las dábamos de comer a las gallinas”. Mientras me contaba todo, una cosa era evidente: esa niña no se ha ido a ningún lado. Hay personas que ocultan su niño interior; Loreto camina con la suya de la mano. Entendí de dónde viene la energía arrolladora, la sonrisa transparente y la sensibilidad cruda que hace que la gente le abra las puertas no solamente de sus casas, sino de sus vidas.

Tiene una conexión permanente, atemporal con su niñez. Entre otras cosas, una herencia de su abuela la mantiene unida a su pasado: el amor por los deportes. Practica varios, pero su voz se suaviza de nostalgia cuando habla de correr. Cuando corro “estoy haciendo lo que me ha gustado hacer toda la vida”. Es como tocar base con su origen; con su esencia; con las tardes con los primos. Es recordar que sigue siendo libre y feliz. Loreto es auténtica como el viento en la cara y el charco en los tenis.

Hace poco me animé; una sesión de Navidad con mi familia. Llegamos temprano. Esperamos un poco en recepción. Dos retratos enormes de los gemelos nos dieron de qué hablar. Nos acercamos. En las pupilas de cada uno vimos el reflejo de Loreto tomando la foto. La resolución es impresionante y es que Loreto tiene obsesión por usar el mejor equipo: “Es como un cantante. Qué chido que pueda cantar con el mejor micrófono del mundo”.  Y claro que el mejor micrófono es solamente tan bueno como el cantante que lo sostiene. De hecho, qué tragedia amplificar con nitidez una voz mediocre. El instrumento no es nada sin el artista. Estábamos por tomarnos fotos con la Amy Winehouse de la luz y los ángulos. No me quedaba duda.

Su primer encuentro con la fotografía fue a los doce años. Fue un encuentro libre, espontáneo y hasta rebelde. Tenía identificado el lugar donde su mamá guardaba la cámara. Sólo había que tomarla prestada. Sin avisar, claro. “A como podía con mi domingo compraba el rollo y les tomaba fotos a mis amigas en el recreo”. Estaba un poco de más la aclaración, pero “siempre he sido muy inquieta”, confesó.  

Cuando pasamos los cuatro al estudio, aquello era más que un set. Estábamos en una cabaña navideña, pero en Aspen, no en un cuento de Dickens. El árbol, los regalos, un par de esquís antiguos, adornos, ventanales y de fondo un paisaje nevado. Perfecto. “Ustedes pongan el pino así en familia”. Loreto se alejaba, se hincaba, se acercaba y daba indicaciones a su personal. “me las cachan todas en el aire”, me contaba de su gente. Dice mucho de ella que algunos de ellos tienen más de 10 años trabajando en su estudio. “Soy muy estricta” reflexionó. Y yo me callé pensando en los videos en redes sociales donde su equipo es puro baile y sonrisas a la hora de cierre. Armonía, eso se respira. Humanidad, empatía, no sé. Loreto irradia algo, aunque no lo sepa, pero esa fidelidad no es gratuita.

¿Eres artista?, pregunté así de golpe. “Soy más fotógrafa que artista”. Ama su oficio. Eso es evidente. Pero quizás mi pregunta no es correcta. Al final, puede ser que el artista no decida serlo. ¿La creación artística exige intención? En el entendido de que mi opinión es por lo menos improvisada, el maestro Jorge García Murillo, director del Centro de las Artes y Generoso Villarreal, artista y coleccionista reconocido identificaron el valor artístico de la obra de Loreto casi inmediatamente. Tanto, que el primero la representó en su galería y el segundo ayudó a curar una exposición de Rasgos Comunes en el propio Centro de las Artes. Una exposición que fue, obviamente, un éxito. “Fue alucinante”, recordó.

Mientras Estudiaba diseño gráfico en la Universidad de Monterrey, tomó un curso de fotografía y decidió que al terminar su carrera, viajaría a Boston a estudiarla en serio. Nada la detuvo. “Si mis papás no me van a dar dinero para irme ¿cómo le hago?” Consiguió unirse a un programa de Au Pair in America para trabajar como niñera y estudiar inglés. “Me llevé mi camarita” y partió inscrita en la New England School of Photography.

Loreto y el arte son viejos amigos. Es su consejero fiel: “El arte ha influido mucho en mi estética” y una compañía constante: “Antes de comprarme una chancla o una bolsa, me compro un cuadro”. Así de claro.

Es coleccionista y consejera de arte. Está a punto de arrancar un proyecto para curar colecciones privadas de arte contemporáneo en Monterrey. “Como ciudad estamos en desventaja”, opinó. “Viene muy buena obra y no se queda en Monterrey”. Cuando habla de arte se apasiona. Aunque queda pendiente ver de qué habla Loreto sin pasión.

 Todo esto lo platicamos en una sala de juntas dentro de su estudio con unas botellas de S.Pellegrino. Eran como las once de la mañana. Detrás de mí colgaba una obra enorme de Gonzalo Lebrija: uno de esos aviones de papel deconstruidos. Del otro lado del cuarto: unos estantes con libros, cerámica hecha por sus hijos y algunas cosas más. Me contó que su papá le regaló su primera cámara en sus tiempos de universidad, mientras tomaba una Pentax de aquel mueble. “Es ésta”, dijo y la dejó sobre la mesa. Un poco más tarde, puso junto a la Pentax una F100 de Nikon. “Es la cámara que estuvo conmigo en Boston, con la que aprendí, con la que regresé a Monterrey y con la que empecé a trabajar”. Ahí estaban. Llenas de memorias. No me atreví a tocarlas.

Durante la sesión de Navidad nos reímos mucho. Estábamos cómodos. “Tú con los niños”, “Ustedes solos”, “los niños juntos”, “qué guapos”, “sonrían”. Nunca había visto a Gabriel mi hijo posar para una foto con una sonrisa de ese tamaño. Verla trabajar me hace pensar que todos tenemos una luz interior, una parte auténtica muy nuestra que surge a veces por fracciones de segundo cuando estamos muy cómodos. Loreto sabe invocarla, identificarla y capturarla para siee regresé a Monterrey y con la que empecé a trabajar”. Ahí estaban. Llenas de memorias. No me atreví a tocarlas.

Durante la sesión de Navidad nos reímos mucho. Estábamos cómodos. “Tú con los niños”, “Ustedes solos”, “los niños juntos”, “qué guapos”, “sonrían”. Nunca había visto a Gabriel mi hijo posar para una foto con una sonrisa de ese tamaño. Verla trabajar me hace pensar que todos tenemos una luz interior, una parte auténtica muy nuestra que surge a veces por fracciones de segundo cuando estamos muy cómodos. Loreto sabe invocarla, identificarla y capturarla para siempre.

Regresando de Boston, empezó su carrera profesional con sesiones en los parques. En Monterrey “nadie tomaba fotos de exterior”, contaba. Fue la única en hacerlo por años. Fotos libres y naturales, “todo era espontáneo y juego”, pero ya empezaba su visión a tornarse un poco más artística; a buscar profundidad. De pronto pedía permiso a los papás para tomar fotos a los niños serios y sin camisa. Ahí, en los parques y con luz de Sol, sin nombre, germinaba una de sus series más icónicas: “Rasgos Comunes”. Empezó a documentar un mundo distinto del aparente; a desarrollar su visión. Oscar Wilde decía que un artista no ve las cosas como realmente son. Yo creo que Loreto nacía como artista ignorando lo obvio e indagando en las miradas, en el alma de los sujetos de sus fotos. Siempre inquieta, siempre libre y siempre explorando.

En Rasgos Comunes, Loreto expresa sentimientos colectivos (comunes) en una forma bella y con una técnica dominada. ¿No es eso lo que llamamos arte? La serie nació en medio de una crisis de inseguridad en la ciudad y en el país. Los rostros serios y de mirada fija de los niños son una afrenta; un cuestionamiento sobre las condiciones en que estamos entregándoles el mundo. “No podía permanecer ajena a todas estas disfuncionalidades que vivimos como sociedad”.

Nuestra sesión familiar acabó con fotos “White Frame”. Todos de blanco, fondo blanco. Blanco y negro. Obviamente a mí se me olvidó mi camisa blanca. Obviamente, mi esposa llevaba dos. Loreto ajustaba luces, daba instrucciones y se reía con nosotros. Alguien seguramente vio a esta familia salir del estudio feliz y acompañados por la fotógrafa. Disfruté estar de aquel lado de la experiencia. 

Su estudio está cobrando vida propia y su arte reclama más tiempo y espacio. Veinte años de carrera este año. ¿Lo que sigue?, no detenerse: “Me quiero preparar para poder desarrollar más mis series”; “quiero viajar más y estar más en ferias de arte”; “quiero enriquecer las colecciones de arte contemporáneo en Monterrey”. En la pantalla de su teléfono, tuve la suerte de ver un poco de lo que viene. No puedo contar. Me quedo callado y maravillado.

Loreto es, en sus palabras, “fotógrafa de niños”. Es la mejor. Se lo pregunté y no dudó en afirmarlo: “la siento, la domino, la sé hacer”. En las otras ramas de la fotografía “hay muchos mejores que yo que admiro, que me encanta su trabajo”. Dedicó su carrera a ser la mejor y lo logró. No. No se va a quedar quieta.

Terminamos la entrevista. Dejamos las botellas de agua vacías y las horas llenas de historias contadas. Me acompañó a la salida. Me llevé el regalo de conocerla y la tarea de lograr plasmarla. Salí de su lado del pasillo y volví al mío. Tomé una llamada y le di vueltas a la mesa.

Hoy, caminando de aquí para allá, vi a Loreto pasar frente a mi tienda. La fotógrafa llegaba a su estudio. ¿Qué importa si es artista o no? Es una niña inquieta; una escaramuza valiente; una mujer talentosa, libre y por encima de todo: un alma de colores.

Nos vemos pronto.

Fernando

No dejen de visitarla en www.loretovillarreal.com

Todas las fotos son propiedad de Loreto Villarreal.