Fernando Salinas

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El brillo de un legado : Javi García Yturria

Salí con tiempo y un termo lleno de café. Me citó en su oficina. Me llamó para avisar que estaba en camino justo cuando estaba por llegar. "Saliendo del elevador a la derecha", me dijo la recepcionista y me regresó mi identificación. El vestíbulo del piso donde está su estudio no dice demasiado, pero poniendo atención identifiqué su puerta por el monograma que está justo a un costado.  Son sus iniciales superpuestas. Un diseño casi heráldico, pero fresco; sobrio, pero sugestivo. Me hizo pensar en novelas de misterio; en un símbolo usado por una sociedad secreta para ubicar lugares privados, sagrados, importantes. Si lo estás buscando; si es para ti, pensé, vas a tener claro en qué puerta timbrar.

Su relación con las joyas inició en su infancia. “Tenía tres años cuando mi papá abrió su primera joyería”, me diría más adelante. Yo recuerdo muy bien a su papá y ese primer local. Soy mayor que Javi, pero como él, fui cliente frecuente de los video juegos de Magic Place. Ese local estaba muy cerca de la joyería. Fue siempre un punto de referencia. "Ahí por García Yturria", decíamos. Recuerdo sus aparadores, su fachada con piedra oscura  y la luz siempre atrayente del escaparate; los metales y las piedras brillantes. Ahí pasó Javi tardes enteras después del colegio. "Limpiando las vitrinas y los nichos con Windex y una toallita". Así formó su cultura de trabajo: entre juegos y tareas simples; junto a sus padres y sus hermanas.

Me abrió la puerta, nos saludamos y me invitó a pasar a su privado. Desde el primer momento empezamos a platicar. Creo que a los dos se nos da. Me senté frente a su escritorio y vi un cuadro enorme de Santiago Ibañez. Es un gato blanco sobre un fondo azul. Sus texturas son suaves y sus colores frescos. "Cuando estaba el gato emplayado, pensé que era una nube.", me dijo tomando su lugar.  Eso es lo que evoca: profundidad etérea y suavidad casi palpable. De esa obra arranca el concepto y la vibra de todo el estudio. El diseño interior es suyo. "Nunca paro de remodelar", me señalaba. El piso es de madera. Hay antigüedades, piezas de diseño y arte contemporáneo. En ese espacio hay libertad, equilibrio y quizás la dosis perfecta de delirio. Es un sitio con personalidad. No podía ser diferente.

A su padre lo recuerda como un hombre cautivador y determinado. “Tenía un charm increíble para la gente”, me dijo. Él no era un joyero de profesión sino "un joyero lírico" como lo define Javi: “su fuerte eran las ventas”. Era un hombre trabajador que supo transmitir ese valor a sus hijos. Desde entonces, Javi y sus tres hermanas son mucho más que hijos de un Joyero: el negocio siempre ha sido parte de sus vidas; una manera de funcionar como familia. “El trabajo más importante para mis papás, fuera de darnos valores y de ayudarnos a ser buenos seres humanos, siempre fue enseñarnos que estábamos creciendo dentro de un negocio familiar”, lo expuso sin dudar ni una palabra. "Hoy somos socios", remató. "Nadie es jefe de nadie".

Dejó su silla detrás del escritorio y se sentó en otra junto a mí. Su presencia es ligera pero contundente. Es de mirada suave, profunda y atenta. "Siempre supe cómo cautivar", me dijo recordando sus años en el colegio. Y de verdad hay todavía algo de infantil en su porte y sus movimientos. Es ocurrente e ingenioso. Claro, en su trabajo es metódico, profesional y hasta científico, pero en su esencia y muy a flor de piel es auténtico, libre y creativo, como un niño.

A los diecisiete años dejó Monterrey para estudiar su carrera profesional en el GIA en California. "Siempre dije que iba a regresar", me dejó en claro. Allá se convertiría en Gemólogo con una especialidad en diseño de joyería.  Los estudios nunca habían sido su fuerte. "Me iba súper mal en la escuela", me dijo entre risas, "pensaba que tenía dislexia o déficit de atención". En realidad lo que no no tenía era interés . No entendía por qué el sistema no le permitía aprender sólo lo que a él le interesaba. En el GIA fue diferente. "Mi vida cambió" fue su comentario inmediato. "¡Por primera vez me explicaban algo y sí lo entendía!". Estaba en su elemento. Había crecido entre piedras y metales. Su mano conocía perfecto las pinzas y la lupa. "Me sentía el niño más inteligente del salón." A veces necesitamos un cambio en nuestro entorno para redescubrirnos y valorarnos. Hasta el roble más fuerte necesita la tierra y el clima correcto para crecer. Cuando Javi estuvo en el lugar correcto "Fue una bola de nieve", me explicó. Su pasión y su talento se alimentaban uno del otro. Eso engendró seguridad. Lo tenía más claro que nunca: "Tengo las bases para ser un buen joyero."

Nos levantamos de un par de sillas antiguas forradas en patrón animal y me explicó un poco de su colección de arte y su afición por el interiorismo. La creatividad lo mueve. Sobretodo la que se atreve a romper el orden y los lineamientos. En el arte admira la libertad creativa y en el interiorismo es donde él se libera, donde expresa el lado más crudo y espontáneo de su creatividad. "Mi estética personal es muy distinta a mi estética profesional", me contó. Y es evidente: su estética personal es impredecible, fresca, casi desbordante. "Como joyero", declaró "soy orden, técnica y proporción".

Con talento y su nueva seguridad, se graduó tres años más tarde. Tenía solamente veintiuno y no quería regresar aun a México. Javi no es de los que se sienta a esperar: Aplicó a un programa de marketing y bienes de lujo en Italia, a escondidas de sus papás. "¡Y que me aceptan!", sonrió.  Su papá recibió la noticia con cautela, pero había otro detalle: "Es que también apliqué a una escuela en Nueva York" y también lo aceptaron. Era un programa de Parsons School of Design donde aceptan a 25 alumnos por semestre. La respuesta de su papá todavía lo emociona: "Si eso te hace feliz, tienes un lugar ahí. Es un esfuerzo que tú tienes que hacer y que nosotros vamos a hacer para ti". Se mudó a Nueva York. Estaba entrando al mundo del diseño donde sus habilidades creativas se iban a explotar.

Sus padres lo educaron en los valores esenciales. "Ser buen hijo, buen hermano y buen compañero", listó. Por lo demás, sus padres siempre fueron respetuosos de su esencia y su libertad. "A mi papá le daba risa que a mí me valía", me comentó. "No me decía nada si tenía el pelo morado o si cambiaba de look todo el tiempo. Le daba seguridad que yo seguía muy íntegro en mis bases". A Javi le permitieron encontrar su camino y quizás esa libertad lo ha impulsado a tomar responsabilidad y ser consecuente con sus decisiones. Tiene ese sentido de responsabilidad que nace de saber que es uno quien lleva las riendas de su vida.

Durante su tiempo en Parsons viajo a Monterrey para asistir a una boda. Era un viaje corto, pero un sábado en la quinta familiar las cosas se complicarían. Siempre me ha impresionado cómo la vida puede cambiar en cualquier momento. Ese día Javi se subió a una moto, cruzó la carretera para cargar gasolina y su siguiente recuerdo es una semana más tarde en una cama de hospital: "Javier, tuviste un accidente". Lo golpeó un coche y le rompió cuatro vértebras, tres costillas, la rodilla y el tobillo. "Fue un trauma para toda mi familia", se acordaba, pero eso no lo iba a detener: "Oigan, pero yo vivo en Nueva York, me tengo que regresar". Así es Javi. Hace falta algo más que múltiples fracturas para hacerlo desacelerar.

Tras un verano de recuperación regresó a Nueva York. "Medio cucho, pero ya podía caminar". No debía estar sentado por mucho tiempo, así que redujo su carga de materias: "de repente me veía con un chorro de tiempo libre". Ya estaba en el mundo de la moda y había que hacer lo mejor con lo que tenía. Supo de una vacante en la revista Vogue. "Aplico y me marcan para la entrevista". Aceptado. Ahora Javi estaba con la espalda rota, cursando menos materias y haciendo un internship en Vogue. No, no me habló de lo pesado que fue o de las dudas que tuvo. Lo puso muy claro: "the sky was the limit". Con tiempo, talento y actitud pasó de arreglar ropa en un closet a un puesto pagado asistiendo al director de styling de la revista. A mí me parece que cualquiera pudo haberse dejado caer. Hubiera sido entendible. Tenía cuatro vértebras rotas. Sería normal sentirse desanimado, cansado y aprovechar el tiempo libre para recuperarse. Él no. Él acabó en los pasillos de Vogue, trabajando. Tal como aprendió de sus padres.

Hace tres años visité a Javi como cliente. Había decidido pedirle a mi novia que se casara conmigo. No sólo me inspiró confianza, sino que me hizo sentir bien sobre cada una de mis decisiones. Es claramente un experto. Su conocimiento es evidente y sus diseños impecables, pero hay algo más; algo que trasciende lo profesional. En aquel momento no compré un anillo, pues tuve la oportunidad de pedirle matrimonio a mi esposa con un anillo de mi bisabuela. Más tarde, ya comprometidos, nos encontramos a Javi en la inauguración de un restaurante. Platicamos un poco y le mostramos el anillo. Vi un lado que no conocía del gemólogo y diseñador: es un romántico. Celebró el que mi novia llevara una pieza de la familia, pues su valor no se calcula en dinero. Al final "son fierros", me diría después. "el valor se  lo damos nosotros".

Finalmente terminó sus estudios y se despidió de la revista. Tenía veinticuatro años. Volvió a Monterrey. En sus palabras, regresó "con bases como gemólogo, la técnica de joyero, experiencia de años y una sazón del mundo de la moda y el diseño".  Era momento de tomar su lugar; de crear su identidad profesional. Fue entonces, apenas seis meses después de su regreso, cuando perdió a su papá. Javi es pura admiración y agradecimiento cuando lo recuerda. En aquel momento se enfrentó a un profundo luto personal y a un desafío profesional: debía sanar una pérdida y celebrar una vida, pero al mismo tiempo era urgente buscar su propia identidad como joyero y distinguirse de su padre.  "Mi trabajo más grande era que nunca se olvidara ese legado que había dejado él", dijo con seriedad, "pero que la gente entendiera: las cosas son diferentes. Ahora soy yo, y yo no puedo ser mi papá".

Junto a su mamá, Javi y sus hermanas celebran a su padre en su trabajo. Las joyerías mantienen el espíritu de su fundador. Juntos lo han logrado y lo logran cada día. Son un equipo. Lo fueron desde niños sin distinción de géneros o edades. "Mi papá tuvo 4 hijos.", me dijo contundente. "Es una chamba de cuatro y así le seguimos". Administración, ventas, taller; cada área está cubierta por una de sus hermanas. Javi es diseñador. Su especialidad son los anillos de compromiso. "Es algo que nunca dejaría". Su proceso es íntimo, personalizado y discreto. "La gente me contacta a escondidas", se reía. Quien está pensando en comprometerse no lo divulga. Javi es  confidente y hasta cómplice de sus clientes. "La esencia mía es mantenerme lo más personalizado".  Esa intimidad en el servicio ha transformado clientes en amigos entrañables. Reconoce que le es sencillo hacer amistades; es cálido, profesional y honesto: la personalidad perfecta para acompañar a quien vive el proceso del compromiso. Lo digo por experiencia.

Hay un detalle que siempre me ha llamado la atención. Tenía que saber: ¿Qué es ese diamante ovalado que invariablemente llevas colgado del cuello?, le pregunté. Sonrió, la tomó entre sus dedos y me dijo: "ésta es con la que mis papás se comprometieron". Yo que pensaba que era una de esas cosas de joyero. Resultó ser una de esas cosas de ser humano. Es un recuerdo del amor de sus padres; un trozo de los cimientos de su familia; un recordatorio de sus propias raíces. Javi es una persona compleja. Sus múltiples facetas parecen estar bien equilibradas como... Sí. Voy a decirlo aunque suene demasiado obvio y poco creativo: como un diamante.

Aquella mañana crucé la puerta del monograma. Ahí me encontré con el niño del Windex; con el diseñador de anillos; el coleccionista de arte; el joyero de los tatuajes. Pude ver al amigo cariñoso; al hermano orgulloso y al hijo que se debate entre un legado y su identidad. Definiendo cada uno de sus matices, Javi me permitió esbozar su alma, pero fue antes de irme que pude verla brillando detrás de sus ojos. Eso sucedió cuando finalmente hablamos de Mariano.

"Llegó para cambiar mi vida", me dijo sin disimular la sonrisa. Este año Javi y Mariano se casaron en una ceremonia simple. Estaban solos en las montañas de Colorado. Perfecto. Su amor es evidente y al escucharlo hablar de él descubrí algo que no me esperaba: por fin encontré el verdadero legado de su padre. No es un nombre o una manera de trabajar, ni mucho menos una marca. Su padre recorría las expos de joyería rodeado de sus hijos y de la mano de su mujer. ¡Hasta ahora me queda claro! Javi me relató todos sus logros profesionales y académicos, pero únicamente al hablar de Mariano me dijo: "es el logro mas grande que tengo." Javi, antes que joyero, empresario o diseñador es un hombre de familia. Entiende que en el amor están el fin y la motivación que llevan al éxito. "El apoyo que yo tengo de Mariano es incomparable", me dijo "a lo mejor porque él piensa que soy mejor de lo que soy y eso me hace pensar a mí que yo soy mejor de lo que soy." Desde ese día es mi trabalenguas favorito.

Nos despedimos como amigos. Me acompañó a la puerta y cuando se cerró, me volví para ver de nuevo el monograma. Era el mismo de unas horas antes, pero yo no. Esta vez el sentimiento de familiaridad me hizo sonreir. El proceso de escuchar a alguien relatar su vida es muy personal, íntimo. A mí no me toca sólo escuchar anécdotas o conocer sentimientos, sino que he visto personas redescubrirse en sus propios relatos; en su pasado; en sus emociones. Viendo hacia adentro recordamos nuestro brillo, lo reavivamos, lo transmitimos. Eso me llevé aquella mañana: un poco del fulgor de Javi, de su vida y su legado.


Nos vemos pronto.