El arte de reinventarse : Rodrigo Wise
Detrás de mí había un rostro. Las sombras ocultaban sus ojos. Su piel reflejaba luces verdes muy tenues. Sobre su mejilla corría una lágrima dejando un rastro largo. En mi pecho se cortó un respiro. Era imposible ignorarlo. “¿Y este cuadro?”, pregunté.
-“Ese fue involuntario. Cuando soltó la lágrima dije: así es... y así se quedó.”
Para la gente común, la pintura fresca se chorrea; probablemente hasta echa a perder una obra. Para el artista, el rostro suelta una lágrima y decide su propia forma. Los lienzos lloran; los labios se derriten y la pintura es la piel endurecida de las emociones. Éstas son las cosas que pasan en y se proyectan desde la mente de Rodrigo Wise.
Quedamos de vernos en su taller una tarde entre semana. “Cuando vengas vas a decir: ¿Cómo vivió aquí casi medio año?”, me dijo por Whatsapp. Llegué con seis cervezas y mi mochila. Yo estaba feliz de acabar temprano mi día laboral y sentarme a platicar con un amigo. Me abrió la reja negra. Sonriente como de costumbre. Recordaba su barba menos larga antes de la pandemia. Igual antes nos hubiéramos abrazado. Chocamos los puños y al entrar me topé con un muro de colores. Obviamente. Nos sentamos a la mesa en la cocina. Abrimos dos cervezas; las primeras.
Era una visita de amigos. Lo hemos sido por años. En la sala de mi casa preside un cuadro que me regaló el día de mi boda y que me encanta presumir.
Rodrigo creció en San Pedro Garza García, en una familia de esas que llamamos normales, incluso bonita. Sus papás, su hermano, su hermana. Todos queridos por quienes los conocen. Nació en cuna de oro, según sus propias palabras. Creció en un círculo conservador y materialista, “que mide el éxito en dinero”, reflexionó. “Antes vivía para tener la vida más chingona materialmente hablando. Así nos educaron”. Es cierto. Lo puedo confirmar. Dejar esas creencias es difícil, pero estaba ante un hombre en un claro proceso de cambio.
Es interesante ver la evolución de una persona que decide necesitar menos. Menos cosas materiales; menos peso en los hombros. “Empecé a ver el valor que el dinero tenía para la gente”; “ya no quería todo ese materialismo”. Antes de descubrirse cuestionó sus valores. Así limpió el camino por donde daría salida a su esencia.
Rodrigo siempre tuvo una imaginación muy activa y tiene la cualidad de atraer a la gente con sus comentarios agudos y oportunos. Son comunes las carcajadas a su alrededor, es inventivo e inteligente. Antes de pintar esa era la única manera en que explotaba su creatividad. Hacerlo de otra manera “no se veía bien”, dijo levantándose y me invitó a conocer el resto de la casa.
Viendo aquel lugar aprendí más sobre él. Confieso que sentí orgullo. Wise ha tenido la valentía de buscarse a sí mismo con honestidad y la sensibilidad de ayudar a otros en el proceso. En esa casa renta cuartos a otros pintores que apenas inician. Artistas que luchan por que sus obras vean la luz y tal vez les generen un sustento. La idea es ayudarlos a crear en un buen espacio y a llegar a mejores mercados con asesoría y buenos contactos.
Subimos a la planta alta. Allí se respiraba distinto. Abajo aquella es una casa común con su refrigerador, sus puertas y algún traste sucio. Arriba no. Tal vez es normal que se respire algo de locura en un espacio tan personal. Yo creo que sí, que la cordura es social. La locura es nuestro estado natural y germina en la soledad. En fin, subimos. Ahí arriba estábamos en la cabeza de Wise: miradas de colores, olor a pintura y los acordes simples pero gigantes de Creedence. No esperaba menos.
Seguimos la música hasta una oficina con aire bohemio, pero no de tapetes persas y canastas de ratán, sino de libertad, desorden y creatividad. Computadora, televisión, botes de pintura y hasta croquetas de gato (de una gatita y su cría que pasan a comer a su balcón todos los días). Aquello era una interpretación urbano-mexicana e hiperrealista de algún taller de Montmartre en la Belle Epoque.
Antes de sentarnos, me detuvo ante una obra: “Sabes cuando quieres decirle algo a alguien, pero en el momento que lo vas a hacer no puedes; te callas? ...Se te derriten los labios”. Eso pintó. Creo que hice algún sonido mientras mi cabeza digería el cuadro y recorría memorias. Sí. Se me han derretido los labios muchísimas veces. Pensé en todas las ocasiones en que hubiera sido mejor dejarlos derretirse antes de hablar. Ni modo. Me invitó a sentarme y tomé un poco de cerveza. “está padre el sofá, verdad”. Mucho. La textura me recordó la casa donde crecí en los ochentas; la sala donde me pasaba los días oyendo discos. La música de Creedence era muy oportuna para mis recuerdos.
En ese cuarto nos rodeaba su arte, sus ideas o, mejor dicho, sus emociones. En cada cuadro latían sentimientos puros, casi crudos. Eso es universal. Por eso reaccionamos a obras como las de él: nos vemos reflejados. “Nunca es la obra”, reflexionó. “Eres tú”.
Ahí estaba el rostro de la lágrima. “Esos trazos no son míos” me dijo, como si lo hubiera pintado alguien más. La manera en que se desprende de su creación lo convierte en espectador de su propia expresión. Sus manos crean casi independientes y su intelecto observa paciente hasta que de pronto se ve reflejado en su obra. “Como lo traes, entonces lo ves.” Wise pinta emociones hasta lograr un espejo que le refleje en su forma más primaria y actual. No quiere decir que no sea un trabajo intelectual “la emoción es súper intelectual” repitió más de una vez.
Bajamos por otra cerveza, pero él prefirió seguir con un brandy. Desde antes de todas esas canas y esa barba, lo suyo es el brandy. Nuestra plática seguía enredándose con la música. Cuando volvimos a subir me invitó a otro cuarto. Fue como dar un paso más al interior de su proceso. Ahí había pintura, lienzos y paredes blancas. Ese no es un lugar para otra cosa que no sea crear.
Wise estudió la carrera de derecho. “Desperdicié mucho tiempo en eso. En ser abogado”. Ahora que su hijo mayor es adolescente le queda claro que a los 17 años no se tiene la madurez para elegir una profesión. Me hizo preguntarme si existe la edad correcta para elegir lo que vamos a hacer el resto de la vida. No lo creo. Estoy seguro de que los cambios de rumbo son parte de la vida. Incluso pienso que el arte de Wise no sería igual si no partiera de una reacción a sus elecciones anteriores. Esa explosión de colores y emoción tenía que surgir de algo opuesto. La lluvia más abundante y copiosa nace de las nubes más oscuras.
Entre todos aquellos rostros que nos observaban, me confió cuadros de los que no puedo hablar. Me gustó ver su evolución y versatilidad. Cada lienzo que me mostraba era un proyecto nuevo, una idea fresca; un proceso. Su mente está claramente rebosando ideas, colores y figuras. Es un artista.
Un día decidió que sí; que es un artista. No le fue fácil aceptarlo. “Atreverte a decirlo cuando sabes cómo te van a juzgar es difícil.” Me acordé de tanta gente que conozco que ha decidido cantar, bailar, actuar. Una vida dedicada al arte es provocadora en sí misma. No importa el medio. A veces vemos a los artistas como elegidos, pero ¿no será que son ellos los que se han atrevido a elegir? Ser artista es quizás una decisión. Una prerrogativa de los valientes.
Seguíamos platicando: un poco de proyectos, mucho de arte y un tanto de nada. Nos rodeaban rostros de colores. Caí en cuenta de que no eran simplemente pinturas; eran los espejos del alma de Wise. Así nacieron y eso van a ser por poco tiempo. Cuando salgan de ahí serán los espejos de alguien más; de todos, preferiblemente. Cuando la obra está terminada y abandona el taller es cuando sufre su última metamorfosis. “Una vez que sale al mundo y se reconoce como arte, ya es arte.”
La esencia de Wise está muy enraizada en el desprendimiento. Primero del deseo de lo material. Ese es el más sencillo. Luego, de su mismo proceso, dejando que su creación hable por sí misma. Al final, se desprende de su obra; la deja trascender. “El artista fue auténtico al hacer su obra. Ahí se muere.”, sentenció.
Se hizo de noche y no dejábamos de hablar. Wise es de esos amigos con los que las conversaciones por lo general fluyen y las horas ni se notan. Nos despedimos y prometimos vernos pronto. Ojalá esta vez sí lo cumplamos.
Ya solo en mi coche, como es mi costumbre, me puse a filosofar. No siempre hablo con mis amigos de sus vidas. Debería hacerlo más seguido. No sabía que Wise tuviera tantos lados. Rodrigo tomó riesgos. Muchos. Ante su familia, la sociedad y ante sí mismo. Se atrevió a reinventarse a medio camino de la vida y sí, tuvo suerte. Él mismo habla de haber tenido mucha fortuna de que a la gente le guste lo que él ama hacer. Pero esa suerte se la creó él mismo con dedicación y talento. “Pinto doce horas al día. Cien por ciento vivo de esto”.
Rodrigo Wise es un hombre inquieto en busca de la paz interior. Es un padre que provee y busca dejar una vida acomodada a sus hijos. “Jamás voy a permitir que mis hijos se sientan defraudados por mi.” No es un idealista que vive fuera de la realidad. Cuando se trata de vender es un comerciante y de los buenos, pero cuando está frente a un lienzo es diferente. Ahí “solo, pero no solitario”, se desprende de todo. Se transforma. Es un observador ambicioso; un creador compulsivo. Es un artista que respeta la iniciativa de un lienzo al que le da por llorar.
Nos vemos pronto,
Fernando
PD. - no dejen de visitar https://www.rodrigowise.com/ y seguir el instagram de Wise en @rodrigo.wise